¿Nos están vapuleando?

¿Nos están vapuleando?

Nos han declarado la guerra hace tiempo, y muchos no se quieren enterar -o lo interpretan de forma equivocada-. A los que llevan toda la vida trabajando, a los que han perdido el trabajo, a quienes tienen un empleo miserable, a los que no pueden salir de la pobreza. Desahucios diarios, entidades financieras que se nos ríen en la cara -comisión tras comisión, robo y especulación-. Grandes cadenas comerciales que tiran toneladas de comida a diario. Políticos ladrones y corruptos que siguen saqueando mientras nos engañan con sus banderas falsas e hipócritas. Criminalizan al pueblo, le insultan, sometido de forma sumisa como “chavs, chusma”… Y se van de rositas, con sus mantras del “mercado soberano” y el desarrollismo triunfante para unas minorías. Montan sus circos cuando interesa y a la semana siguiente, bombardean sin piedad al pobre, al oprimido (¡Free Palestina!). ¿Quién está ganando esta guerra? Ellos, aunque queden reductos para soñar como Rojava. Las democracias liberales hace tiempo que fueron secuestradas, el extraño Frankenstein que se ha montado en Italiaes un buen ejemplo de este giro pseudo autoritario.

A escala estatal, también nos ganan la guerra. Hubo quien pensaba que la cultura de la Transición olía a entierro. Un cambio de época de ese acuerdo de silencio, intachable. Se podía pensar que la globalización y la nueva revolución tecnológica harían el resto. Pero no hay nada más peligroso que un animal herido, parapetado en su poder y con múltiples resortes para tratar de perpetuar su agonía. Politíca y economía, unidas de la mano, ofreciendo soluciones del pasado. Si la burbuja de la construcción permitió redistribuir ganancias a base de clientelismo, hipotecas y especulación, la nueva burbuja del alquilerviene a rehacer el mismo paradigma que nos ha llevado al caos. El nuevo gobierno de Pedro Sánchez va a ser más de lo mismo, maquillaje posmoderno y mano dura en las líneas rojas del Estado.

A escala aragonesa el supremacismo español va cogiendo pulso y fuerza, jaleado por las fuerzas de siempre (miren al PP en Alcañiz, con su homenaje a la Constitución), pero con un emponderamiento díficil de creer a través de fuerzas que visten las garras del falangismo. Mientras vamos digiriendo esa realidad incontestable, hay procesos de cocción lenta que amenazan nuestro paisaje social. la despoblación; un fenómeno que algunos quieren atajar con el marketing de siempre -diréctrices, cátedras, planes social-liberales- pero que esconde un conflicto eterno, entre campo y ciudad, bien reforzado por el colonialismo capitalista español. No es un hecho naïf, sino un conjunto de decisiones políticas que han ido dejando vacío nuestro medio rural. Franco lo tenía claro: crimen y castigo. Olvido y miseria.

En Aragón el imaginario progresista de la Transición se ha quedado obsoleto; en su momento, la generación de Labordeta y Gastón supo analizar y proponer alternativas. Hoy en día nos hemos quedado allí, en esas viejas ideas, las cuales van dando vueltas sin que se hayan resuelto. Se genera una sensación de frustración, de no avanzar en lo colectivo. No tenemos un relato alternativo de consenso, por eso la aprobación de la Ley de Derechos Históricos blindará el aire. Aragón es una nacionalidad histórica pero si hay un 34% de aragoneses que desean un Estado centralizado sin autogobierno de ningún tipo… ¿también ganarán esta batalla?