EXCLUSIÓN FORZADA

EXCLUSIÓN FORZADA

Con la enésima reforma educativa encima de la mesa, Daniel Lerín nos plantea una reflexión sobre la educación y su correlación con el contexto social y económico del alumnado. La clase trabajadora siempre lo tiene más difícil. En Aragón y en todas partes. ¿Se puede cambiar esta exclusión forzada?

En el Estado español hay 600.000 hogares donde no entra ningún tipo de ingreso. Un drama absolutamente inaguantable. De ese total, en unos 140.000 viven personas menores de edad.

Los hijos con madres y padres que tienen educación superior, ganan un 48% más que los de los padres sin estudios, y el 66% del 20% más pobre se quedará ahí. Se trata de un informe de la ODCE de 2018. Un bucle de difícil solución.

Aragón, tal vez Nafarroa, primavera de 2022. Si eres un joven pobre de clase trabajadora -difícil contexto socioeconómico, en los informes-, habrás crecido sin muchas de las cosas que otros dan por supuestas -juguetes, viajes, vacaciones, buena comida-. Pasas tu infancia en un piso decrépito, quizá abarrotado de gente, con poco o ningún espacio para ti. Tus padres -o madre- lo habrán hecho lo mejor posible, pero han tenido que lidiar con la presión de no tener suficiente dinero para ir tirando, ya sea por un empleo mal pagado o sin trabajo de ningún tipo. Tal vez algún cambio de domicilio, que siempre dificulta tu escolarización (una eterna vuelta a empezar) o repetir curso. La adolescencia te puede llevar por muchos derroteros, si tienes claro que el sistema te puede “salvar” a través de la educación, alguna oportunidad tendrás. Pero siempre será todo más difícil. Por lo que hemos comentado un poco más arriba. Brechas, desigualdades, la lucha de clases de toda la vida. Eso sí, la estigmatización la llevas encima. Siempre nos comparamos, y eso te autoexcluye. No hay igualdad real. El sistema no promueve este objetivo.

Quizá este chaval titule la ESO, o se la convaliden por una Formación Profesional Básica, y ya, a hacer un grado medio, que siempre puede ser una buena salida. Eso sí, en un instituto de la localidad donde resida. A pesar de que sus gustos formativos están en otros centros, de otros municipios. Pero las limitaciones familiares obligan y se conformará con un grado de administración o de algo parecido, típico y tópico. “Podrás trabajar en muchos sitios”, le dirán al chaval. Hasta te pudo tocar el “estado de alarma” justo cuando ibas a hacer las prácticas, y todo se complica. Pandemias, guerras, cambio climático. Una mierda todo.

Su vida transcurrirá sin rumbo, alternando trabajillos a través de desmanes como la app Worktoday -sí, la que te elige a tí como en los mercados de esclavos del siglo XVII-, o quizás haciendo de “rider” para una de estas multinacionales que se aprovechan de la figura del falso autónomo. Le harán creer que todo el mundo puede ser emprendedor, mientras se ve abocado a una precarización con trastornos de ansiedad, agotamiento, soledad no elegida, nulas relaciones sociales, depresión, adicciones… Un poco de todo y de nada.

A este chaval no le habléis de Althusser y su teoría sobre la ideología y las relaciones reales de existencia, tampoco de Adorno, Horkheimer, Han o Zizek… No estamos para filosofar, aunque no niego la importancia del pensamiento crítico. Sus condiciones materiales le determinan.

Tampoco le habléis de los cambios legislativos en educación, como la LOMLOE, que plantea unos objetivos desenfocados para personas como la que describo, ya que va en la línea del autoconocimiento en cuanto a los límites de uno mismo: ser consciente de lo que se sabe y de lo que no. Objetivos mínimos para una sociedad líquida. Ser creativos sin trabajar la memoria. Ser esclavos ante situaciones que no podremos comprender.

Luego, nos sorprendemos de la sociedad que hemos creado. Excluir y morir en el intento.