
No es descabellado pensar que nos encontramos en la antesala de una revolución conservadora y regresiva a escala internacional que afectará de manera determinante a los avances y progresos en materia de género y derechos sexuales de nuestras sociedades. Decir esto no es ser catastrofistas ni halagüeños en un momento en el que parece que los derechos LGTB y de género así como su visibilidad están en alza, conquistando leyes, reconocimiento y avances día a día. Es precisamente por esto por lo que debemos comenzar a pensar en la posibilidad real de que se está articulando una reacción conservadora, como un corrimiento de tierras a nivel cultural, que prepara un nuevo escenario político para el futuro.

Aunque pueda parecer paradójico, la derecha tolera mucho mejor la pluralidad consustancial a la política y está acostumbrada a la rivalidad y el enfrentamiento. Quizá sea porque entiende como algo legítimo la ambición personal y comprenden el innegable hecho de que el elemento sustancial a lo político es el conflicto, el enfrentamiento; y que solo a partir de este suceso constituyente pueden derivarse las políticas de alianza y apoyo mutuo para conseguir fines colectivos (en su caso, los de la clase dirigente).

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