
Ni amo, ni patrón, ni rey, ni youtuber alienado que valga. Pensar en reivindicar la Corona de Aragón nos parece impugnar todo, para construir otro…

A Josefo le arrebataron la juventud con apenas 25 años en una noche gris de 1979. La suya es una de esas historias terroríficamente reales que te hacen aguantar la respiración, que te arden en el pecho y que, en parte por el paso de los años y en parte por el desinterés de una clase política excesivamente desmemoriada, van quedando poco a poco olvidadas, sepultadas bajo la pesada e injusta losa del tiempo.

Esta ley, aprobada con un altísimo consenso, prácticamente dos tercios de las Cortes de Aragón y el apoyo de cinco de los siete grupos parlamentarios, realiza un intachable ejercicio de realidad histórica, y dota a la ciudadanía aragonesa de un texto legal con el que apoyarse ante las manipulaciones históricas de los nacionalismos que nos rodean, fundamentalmente del español y catalán, y blinda legalmente derechos sociales y civiles para toda la ciudadanía aragonesa. Ni más, ni menos.

Regionalizar implica dividir un territorio en áreas menores, un ejercicio cartográfico que para el caso aragonés tiene unas peculiaridades específicas.

No es descabellado pensar que nos encontramos en la antesala de una revolución conservadora y regresiva a escala internacional que afectará de manera determinante a los avances y progresos en materia de género y derechos sexuales de nuestras sociedades. Decir esto no es ser catastrofistas ni halagüeños en un momento en el que parece que los derechos LGTB y de género así como su visibilidad están en alza, conquistando leyes, reconocimiento y avances día a día. Es precisamente por esto por lo que debemos comenzar a pensar en la posibilidad real de que se está articulando una reacción conservadora, como un corrimiento de tierras a nivel cultural, que prepara un nuevo escenario político para el futuro.