
Esta ley, aprobada con un altísimo consenso, prácticamente dos tercios de las Cortes de Aragón y el apoyo de cinco de los siete grupos parlamentarios, realiza un intachable ejercicio de realidad histórica, y dota a la ciudadanía aragonesa de un texto legal con el que apoyarse ante las manipulaciones históricas de los nacionalismos que nos rodean, fundamentalmente del español y catalán, y blinda legalmente derechos sociales y civiles para toda la ciudadanía aragonesa. Ni más, ni menos.

Regionalizar implica dividir un territorio en áreas menores, un ejercicio cartográfico que para el caso aragonés tiene unas peculiaridades específicas.

No es descabellado pensar que nos encontramos en la antesala de una revolución conservadora y regresiva a escala internacional que afectará de manera determinante a los avances y progresos en materia de género y derechos sexuales de nuestras sociedades. Decir esto no es ser catastrofistas ni halagüeños en un momento en el que parece que los derechos LGTB y de género así como su visibilidad están en alza, conquistando leyes, reconocimiento y avances día a día. Es precisamente por esto por lo que debemos comenzar a pensar en la posibilidad real de que se está articulando una reacción conservadora, como un corrimiento de tierras a nivel cultural, que prepara un nuevo escenario político para el futuro.

En Aragón el imaginario progresista de la Transición se ha quedado obsoleto; en su momento, la generación de Labordeta y Gastón supo analizar y proponer alternativas. Hoy en día nos hemos quedado allí, en esas viejas ideas, las cuales van dando vueltas sin que se hayan resuelto. Se genera una sensación de frustración, de no avanzar en lo colectivo. No tenemos un relato alternativo de consenso.

Aunque pueda parecer paradójico, la derecha tolera mucho mejor la pluralidad consustancial a la política y está acostumbrada a la rivalidad y el enfrentamiento. Quizá sea porque entiende como algo legítimo la ambición personal y comprenden el innegable hecho de que el elemento sustancial a lo político es el conflicto, el enfrentamiento; y que solo a partir de este suceso constituyente pueden derivarse las políticas de alianza y apoyo mutuo para conseguir fines colectivos (en su caso, los de la clase dirigente).